martes, 18 de noviembre de 2014

Vivir frente a un estadio de fútbol: cómo es la particular vida de los vecinos de Tigre

De qué manera los partidos afectan a las rutinas de las personas; historias mínimas que conviven con el deporte.
Por Carlos Beer | canchallena.com (Fotos: Emiliano Lasalvia)



Tereeeeeesaaaa! Vení Teresaaa que los señores son de LA NACION y quieren saber cómo es vivir cerca de una cancha. ¡Apurate, mujer, dale!" Teresa Pilar Pazos responde al llamado de su hermana Silvia Regina y sale de su casa en la calle Pasteur, a la vuelta del estadio. "Ay, pero estoy sin arreglar, qué vergüenza", dice la señora que superó las ocho décadas de vida, siempre en el barrio que vieron crecer. "Ésta es la casa de mis abuelos -cuenta-. Antes esto todo eran calles de tierra. Cuando llovía, bajaba el agua por la barranca y nos teníamos que colgar de los alambrados para que no nos lleve." Las hermanas recuerdan la felicidad de su madre, que pudo presenciar con vida los 100 años del club: "Llegué, llegué", nos decía. También rememoran viejos tiempos, como cuando "corrían al referí con naranjas. El esposo de mi prima, que vive acá al lado, era de Prefectura. Un día, porque el referí se portó mal, vino a su casa a buscar un revólver. Mi prima le dijo: «Si salís de esta puerta con eso no volvés a entrar». ¿Te acordás, Teresa?". A 15 metros de su casa, la calle está vallada y con dos policías con caballos, pese a la tranquilidad de la tarde. "Por culpa de Boca nos pusieron vallas. No somos tan salvajes en Tigre. Pero igual nos ponen la caballeriza. ¡Mirá, mirá Silvia! El caballo le dejo regalitos a la prima. ¡Ja!"
Leonardo Cittadino recuerda bien ese día en el que algunos hinchas de Tigre se pelearon con jugadores de Boca. "Silva se enojó con un par de chicos que lo insultaban. No tenían más de 15 años", recuerda este electricista que vive en la calle Facello, donde estacionan los ómnibus de los planteles el día de los partidos. "Tengo 13 años acá. Tigre estaba en Primera B y los jugadores venían en bicicleta. Hoy tengo 10 naves espaciales estacionadas en mi puerta", dice. Llega el ómnibus con el plantel y sus mellizos de dos años se asombran: "¡El micro, viene el micro!". Papá Leo sonríe, pero por dentro despotrica. Sus actividades cambian por completo cuando juega Tigre. "¿Sabés lo que pasa? No puedo salir de casa y para entrar tengo que pedir un permiso. Tengo que fijarme en el fixture, no puedo organizar cumpleaños. Mis suegros si hay partido no pueden venir."
"¿Que no vengan tus suegros lo tomás como algo bueno?", le pregunta, y contesta divertido: "Je, puede ser? Esperá, ¿eso sale en la nota?".
Enfrente de la casa de Leonardo, una pintada dice: "Matador, siempre". Al lado, en un chalecito modesto reluce un cartel: "Se vende". No es el único alrededor del Monumental de Victoria, zona de casas bajas, de un nivel mayormente de clase media. Hay algunas lanchas en las puertas, porque el río está cerca. Sin embargo, se percibe un pasado de momentos más prósperos. Las crisis golpean en todos lados y en Victoria se nota que hubo un pasado.
El que está feliz es Manuel ("no importa el apellido", dice). Vive en Pasteur, a una cuadra de las hermanas Pazos, también a la vuelta de la cancha, pero del lado más cercano a Avenida del Libertador. Es abogado, pero cuando juega Tigre su casa se transforma y en la entrada pone una parrillita y salen choripanes, sándwiches de bondiola y churrasquito. "Empecé en la Sudamericana de 2012. Me hago unos mangos extras porque como abogado no alcanza, viste", cuenta siempre sonriente mientras escucha reggae y declara su fanatismo por esa música y su cultura. En la esquina de Pasteur y Moreno, algunos policías controlan la zona mientras toman un café. El pebete se vende a 10 pesos y la hamburguesa, a 15. Manuel ve a los policías consumir y espera un buen día de venta. Coloca un cartel que dice: "Uniformados, 10% de descuento". Manuel explica: "A los polis les dan horas adicionales y los chabones vienen de lejos, de Pergamino y Bahía Blanca, porque así hacen más dinero. Son mis principales clientes porque tienen mucho viaje de regreso y me compran antes de irse".



Los perros le ladran a todo lo que se mueve. Los vecinos, los jugadores, los caballos de la montada que pasan cerca. Y a la pelota con la que Javier García realiza la entrada en calor en Facello, cruzando Pasteur, la calle siguiente de la casa de Leo, donde la cortada termina. Sí: a 10 minutos de empezar el partido, el arquero está en la calle preparándose con Nicolás Navarro, el suplente. "Uy, perdón, Nico", se disculpa Javier porque la pelota fue a parar debajo de un camión.
Una nena salta con una cuerda junto al trabajo de los arqueros. Para ella, en su mágico mundo infantil, están jugando un juego que no entiende. A 100 metros se escucha la voz del estadio que anuncia el equipo: "¡Con el número 1, Jaaaavieeeeeeeerrr Garcíiiiaaa!". El arquero trota media cuadra hasta Pasteur, les pide permiso a los encargados de la valla, pasa delante de la casa de Leo, lo saluda, esquiva los ómnibus, ingresa al estadio y está listo para empezar el partido. Mientras tanto, el barrio late con un ritmo distinto. El ritmo de un día de partido.


Link de La Nación: http://canchallena.lanacion.com.ar/1744617-vivir-frente-a-un-estadio-de-futbol-como-es-la-particular-vida-de-los-vecinos-de-tigre

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